Mañana viajo a Florencia por octava vez. Parece que con Italia nunca es suficiente ¿verdad?
Como a muchas “viajanchinas” me gusta leer novelas que transcurran en Florencia o en cualquier otra ciudad que visite, y, para este viaje, una amiga me prestó “Las puertas del paraíso” de Julio Murillo.
El autor, en los agradecimientos nombra a la Asociación de Mujeres Progresistas de Navarra y Asturias, así que, confiadamente, comencé a leer la novela.
Desde las primeras páginas está claro que las mujeres estarán ausentes y que cada vez que aparezcan lo harán fugazmente y estarán caracterizadas con todos los tópicos misóginos.
La primera mujer que conocemos, Nezetta, es un fiel trasunto de lo que la maledicencia de los filósofos han dicho de Xantipa, la esposa de Sócrates, debe ser en atención a que algunos personajes, como el propio Marsilio Ficino, son filósofos. La pobre Nezetta es malhumorada, interesada, déspota, avara, ambiciosa… Aparece en la página 23 de un libro de 396 y sólo se ocupa de ella en contadas ocasiones, siempre para compadecer al noble, abnegado y desinteresado esposo que la sufre en silencio, sin se sepa porqué soporta esa situación, porque ni siquiera se acuestan juntos y si le diera unas bofetadas nadie se sorprendería . En la mitad del libro, en la página 169, describe esta escena:
“ […] cuando Nezetta entró en la rebotica hecha una furia.
Traía el rostro descompuesto, los labios contraídos en un mohín de enojo y la mirada impregnada en azufre. Se plantó en jarras delante del apotecario y le espetó…
-¡Tomasso, he recontado el dinero de la arquilla y faltan cinco florines!
El florentino la miró de soslayo, sin dejar de ocuparse en lo suyo. Y se resguardó tras un tenso mutismo que parecía preludio a la tempestad.
-¿No me has oído? –insistió- he dicho que falta dinero en la arquilla…
-Te he oído; te oigo perfectamente –repuso Tomasso-. No hace falta gritar.
-¿Qué ha sido de ese dinero?
-Lo he utilizado…
-¿Que lo has utilizado? –gruñó la mujer-. ¿Y en qué, si puede saberse?
-Lo he entregado al Ospedale degli Innocenti…
-¡Al orfanato! –exclamó Nezetta incrédula-. ¿Has dado cinco florines al orfanato?
-Sí.
-Maldito seas, Tomassso Landri […]”
A continuación se dejan claras las altas miras de Tomasso y las miserables de Nezetta.
Eso sí, reaparece al final, en la página 385, y se convierte en una mujer delgada y dócil, gracias a una hábil estratagema de uno de los médicos protagonistas de la trama. Para darle bofetadas.
La exaltación de la amistad masculina y los altos ideales de todos ellos está presente en todas las páginas, en las que incluso se dota de dignidad a Cósimo Médicis y a sus sicarios, que muestran respeto por las reglas del juego.
Las mujeres sólo son nombradas y siempre para mal: las criadas se pelean en el mercado y son sacadas de allí a patadas por el mayordomo; las cocineras arruinan la comida dejando que se queme; en una oportunidad el Médicis no muere por la torpeza de una cocinera que se equivoca al poner el plato en la mesa; una niña del hospicio, llamada Ágata, miente para poner en entredicho a un niño, también del hospicio que le gusta mucho al autor y al que salvará de la tisis y hará que sea adoptado por el médico protagonista; la mujer del jefe de los sicarios le trata con un desprecio y desparpajo sorprendente no solo en la época, sino en estos tiempos nuestros en que los “compañeros sentimentales” matan a unas ochenta mujeres al año; las nietas de Cósimo no son nombradas por su nombre y los nietos sí…
Además, cuando no arremete directamente contra las mujeres, lo hace de manera indirecta, pero claramente misógina. Por ejemplo, cuando están en una villa cercana a Florencia para huir de la degollina, Jeanne de Laval, esposa del considerado en la novela “gran” Renato de Anjou, le pide a Cósimo Médicis que relate la conjura que sufrió años atrás. Vean lo que escribe el ciudadano Julio: “El gesto de contrariedad que asomó en el rostro de Cósimo decía a las claras que no esperaba solicitud semejante. Miró con desasosiego a la mujer, rezando para que otra idea caprichosa y peregrina turbara su deseo voluble y la llevara a desistir de su petición.”
Esta señora, en ningún momento se mostró ni voluble ni caprichosa y no se entiende el comentario. Por supuesto, a continuación, su esposo Renato y el médico protagonista requieren a Cósimo la narración y él lo hace con gusto.
Por supuesto, siempre hay una mujer ideal de la que se enamora el protagonista y que comprende que éste se marche y haga cualquier desaguisado, por eso es tan querida: amantes resignadas, madres abnegadas que sufren en silencio, esclavas que aman a su negrero…
El mundo que recrea es exclusivamente masculino, y en él se usurpan los comportamientos realmente femeninos y se adjudican a los varones, como la conversación, la amistad, los abrazos y besos en momentos emotivos, etc., mientras ellas se dedican a decir bobadas y a pegarse.
Fíjense como resuelve la situación sentimental este sujeto:
“-Escucha Bernardo…, (Bernardo es un niño del hospicio, que se llama como el médico protagonista y al que éste ha salvado de morir de consunción) necesito que me hagas un favor –dijo el médico intentando reconducir su emoción-. Quiero que le digas algo a Stella. Cuando me haya marchado. Sobre todo si la ves triste.
-¿Porqué no se lo dices tú? –preguntó extrañado.
Villiers sonrió
-Lo he intentado… -aseguró jocoso-. Pero… ¿sabes?, las mujeres, cuando no quieren oír, no oyen. Lo comprobarás algún día. Y cuando se apoderan de la palabra, no la sueltan.”
Así alecciona al niño que piensa adoptar y así habla de todas las mujeres e incluso, de la que quiere.
Así pues, creo que este es un libro prescindible y que debemos tomar como ejemplo de libro que no se debe comprar.
Como a muchas “viajanchinas” me gusta leer novelas que transcurran en Florencia o en cualquier otra ciudad que visite, y, para este viaje, una amiga me prestó “Las puertas del paraíso” de Julio Murillo.
El autor, en los agradecimientos nombra a la Asociación de Mujeres Progresistas de Navarra y Asturias, así que, confiadamente, comencé a leer la novela.
Desde las primeras páginas está claro que las mujeres estarán ausentes y que cada vez que aparezcan lo harán fugazmente y estarán caracterizadas con todos los tópicos misóginos.
La primera mujer que conocemos, Nezetta, es un fiel trasunto de lo que la maledicencia de los filósofos han dicho de Xantipa, la esposa de Sócrates, debe ser en atención a que algunos personajes, como el propio Marsilio Ficino, son filósofos. La pobre Nezetta es malhumorada, interesada, déspota, avara, ambiciosa… Aparece en la página 23 de un libro de 396 y sólo se ocupa de ella en contadas ocasiones, siempre para compadecer al noble, abnegado y desinteresado esposo que la sufre en silencio, sin se sepa porqué soporta esa situación, porque ni siquiera se acuestan juntos y si le diera unas bofetadas nadie se sorprendería . En la mitad del libro, en la página 169, describe esta escena:
“ […] cuando Nezetta entró en la rebotica hecha una furia.
Traía el rostro descompuesto, los labios contraídos en un mohín de enojo y la mirada impregnada en azufre. Se plantó en jarras delante del apotecario y le espetó…
-¡Tomasso, he recontado el dinero de la arquilla y faltan cinco florines!
El florentino la miró de soslayo, sin dejar de ocuparse en lo suyo. Y se resguardó tras un tenso mutismo que parecía preludio a la tempestad.
-¿No me has oído? –insistió- he dicho que falta dinero en la arquilla…
-Te he oído; te oigo perfectamente –repuso Tomasso-. No hace falta gritar.
-¿Qué ha sido de ese dinero?
-Lo he utilizado…
-¿Que lo has utilizado? –gruñó la mujer-. ¿Y en qué, si puede saberse?
-Lo he entregado al Ospedale degli Innocenti…
-¡Al orfanato! –exclamó Nezetta incrédula-. ¿Has dado cinco florines al orfanato?
-Sí.
-Maldito seas, Tomassso Landri […]”
A continuación se dejan claras las altas miras de Tomasso y las miserables de Nezetta.
Eso sí, reaparece al final, en la página 385, y se convierte en una mujer delgada y dócil, gracias a una hábil estratagema de uno de los médicos protagonistas de la trama. Para darle bofetadas.
La exaltación de la amistad masculina y los altos ideales de todos ellos está presente en todas las páginas, en las que incluso se dota de dignidad a Cósimo Médicis y a sus sicarios, que muestran respeto por las reglas del juego.
Las mujeres sólo son nombradas y siempre para mal: las criadas se pelean en el mercado y son sacadas de allí a patadas por el mayordomo; las cocineras arruinan la comida dejando que se queme; en una oportunidad el Médicis no muere por la torpeza de una cocinera que se equivoca al poner el plato en la mesa; una niña del hospicio, llamada Ágata, miente para poner en entredicho a un niño, también del hospicio que le gusta mucho al autor y al que salvará de la tisis y hará que sea adoptado por el médico protagonista; la mujer del jefe de los sicarios le trata con un desprecio y desparpajo sorprendente no solo en la época, sino en estos tiempos nuestros en que los “compañeros sentimentales” matan a unas ochenta mujeres al año; las nietas de Cósimo no son nombradas por su nombre y los nietos sí…
Además, cuando no arremete directamente contra las mujeres, lo hace de manera indirecta, pero claramente misógina. Por ejemplo, cuando están en una villa cercana a Florencia para huir de la degollina, Jeanne de Laval, esposa del considerado en la novela “gran” Renato de Anjou, le pide a Cósimo Médicis que relate la conjura que sufrió años atrás. Vean lo que escribe el ciudadano Julio: “El gesto de contrariedad que asomó en el rostro de Cósimo decía a las claras que no esperaba solicitud semejante. Miró con desasosiego a la mujer, rezando para que otra idea caprichosa y peregrina turbara su deseo voluble y la llevara a desistir de su petición.”
Esta señora, en ningún momento se mostró ni voluble ni caprichosa y no se entiende el comentario. Por supuesto, a continuación, su esposo Renato y el médico protagonista requieren a Cósimo la narración y él lo hace con gusto.
Por supuesto, siempre hay una mujer ideal de la que se enamora el protagonista y que comprende que éste se marche y haga cualquier desaguisado, por eso es tan querida: amantes resignadas, madres abnegadas que sufren en silencio, esclavas que aman a su negrero…
El mundo que recrea es exclusivamente masculino, y en él se usurpan los comportamientos realmente femeninos y se adjudican a los varones, como la conversación, la amistad, los abrazos y besos en momentos emotivos, etc., mientras ellas se dedican a decir bobadas y a pegarse.
Fíjense como resuelve la situación sentimental este sujeto:
“-Escucha Bernardo…, (Bernardo es un niño del hospicio, que se llama como el médico protagonista y al que éste ha salvado de morir de consunción) necesito que me hagas un favor –dijo el médico intentando reconducir su emoción-. Quiero que le digas algo a Stella. Cuando me haya marchado. Sobre todo si la ves triste.
-¿Porqué no se lo dices tú? –preguntó extrañado.
Villiers sonrió
-Lo he intentado… -aseguró jocoso-. Pero… ¿sabes?, las mujeres, cuando no quieren oír, no oyen. Lo comprobarás algún día. Y cuando se apoderan de la palabra, no la sueltan.”
Así alecciona al niño que piensa adoptar y así habla de todas las mujeres e incluso, de la que quiere.
Así pues, creo que este es un libro prescindible y que debemos tomar como ejemplo de libro que no se debe comprar.
1 comentario:
Jua, Jua, Jua
¡El patriarcado con sus estrategias! O ¿te pensabas que nos iban a dar voz?
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