Esta es la noche más mágica, dicen. También lo dicen de la noche de Reyes. Yo voy a contarles un cuento.
Una noche de san Juan.
Voy a contarles una historia que ocurrió hace casi veinte años. Éramos jóvenes, teníamos la vida por delante y algunos de nosotros ya tenían trabajo. La situación general del país había mejorado notablemente y no solo económicamente. Las conciencias también habían cambiado, para mejor. Sabíamos más. Éramos por fin europeos.
Aquella noche de san Juan caía en sábado, así que las previsiones de asistencia eran prometedoras. Montse tenía a su disposición el R5 de su madre y todo parecía sonreír. El grupo iba a reunirse para la celebración de la noche mágica en Bañugues. Allí una de los del grupo, Elvira, tenía una panera en la que pensaban pasar toda la noche. Sus padres se habían ido a pasar unos días a Cármenes, a Castilla a secar, decían ellos. Montse llevaba y traía gente y provisiones, comida, alcohol, tabaco y otras drogas, como la belladona, que habían ido a recoger a algún monte cercano o la mandrágora, que habían comprado en la Plaza del Paraguas, en Oviedo, a unos hippies de Formentera, en viaje iniciático por el norte de los Druidas. Tenían también porros.
Regina era de las pringadas. No había conseguido acabar medicina por culpa de la Patología, igual que Luis estaba colgado con Magisterio por la flauta. Ambos se encontraban desorientados y asustados, pero no encontraban solución fácil a su problema. Regina además era rarita: no le gustaba trasnochar y le asustaban las drogas, todas, así que cuando empezó la fiesta a media tarde, empezó su tormento. La primera en la frente, la música no era de su agrado, demasiado psicodélica: King Crimson, Pink Flöyd, Uriah Heep, Emerson, Lake and Palmer... Luego estaba eso de ligar. Ella ligar no ligaba mucho y era romántica, en secreto, así que los avances de Nelín, que aquella noche quería tratar con todo el mundo, la desconcertaron totalmente. Ella pensaba que era muy clara y que su interés por Paco era público y notorio, además de serio. Ella justificaba que Paco no se fijara en ella asegurando que él no era de este mundo, que era aún como un niño, inocente y despreocupado.
Y las drogas, claro.
La casa estaba al lado de la panera. Pidió consejo a Julio y Elena y permiso a Elvira para retirarse a la misma y lo hizo con presteza y alivio. La que iba a ser su habitación daba al otro lado de la casa. Los sonidos de la panera, la música, los gritos y las risas, llegaban amortiguados, pero le impidieron dormirse inmediatamente, como era su deseo. Se asomó a la ventana. La noche estaba bastante clara aunque no había luna llena, pero la ausencia de nubes y los millones de estrellas luciendo hacían que no se tuviese ningún tipo de temor. La primavera había venido con retraso y por eso aún no era verano y el prado, en pequeño terraplén, que se extendía bajo la ventana, de hierbas muy altas, cuajado de malvas, cardo mariano, diente de león y zanahoria silvestre, entre otras muchas florecillas aún tenía muchas malvas. Aunque no se apreciaba el color, el prado estaba bonito. De pronto se dio cuenta de que sonaba una especie de música muy tenue, tan tenue que, por un momento, no supo si realmente procedía del exterior o era su imaginación. Salió de dudas cuando le sobresaltó un insistente resplandor dorado y una especie de gemido. Aguzó el oído y poco a poco distinguió con claridad unos extraños juramentos de una vocecilla demasiado blanca para las palabronas que emitía. El resplandor, además, se movía a veces furiosamente y otras veces de un lado para otro en un pequeñísimo recorrido.
De repente oyó:
- ¡Regina! ¡Regina! ¡Ayúdame!
Regina miró dentro de la habitación, en aquellos momentos a oscuras, comprobó que, efectivamente, no había nadie y empezó a temblar.
-¡No me seas floja!- dijo la vocecilla- ven a ayudarme.
Regina estaba ya con el camisón puesto. Sin embargo y pese a su miedo, (su madre siempre le decía cuando era pequeña ¡No seas pusilánime! Tardó años en saber qué significaba exactamente esa palabra y que la definía exactamente) se puso la bata por los hombros y salió al exterior. Se quedó pegada a la ventana y dudando si bajar o no por el, para ella, precipicio. No era una pendiente muy pronunciada, pero ella era patosa y era de noche y había bichos y...
-¿Quieres hacer el favor de venir hasta aquí de una buena vez?- increpó la vocecilla.
Regina, avergonzada, empezó penosamente el descenso. Llegó rápidamente abajo, gracias a que resbaló y bajó sin enterarse. Se puso en pie de un salto y casi rompe a llorar, no oía nada ni veía ningún resplandor. Se sintió irremisiblemente sola y alejada de los seres humanos. Rompió a llorar desconsoladamente.
-¡Qué paciencia tengo que tener!- dijo la vocecilla.
Regina se alegró de oírla como si hubiera oído a su propia madre. Preguntó:
-¿Donde estás?
-Detrás de ti. Cuidado con pisarme, mona.
Se volvió despacio y vio el espectáculo más insólito que nunca viera. Una diminuta Xana resplandeciente, que parecía de oro, ataviada con un vestido de tela invisible, pues tenía cosidas en toda la extensión del vestido muchas joyas, medallas, broches, colgantes, joyas que le hacían brillar con brillo de oro y gemas. Sus orejas eran puntiagudas y los ojos rasgados y uno de sus diminutos pies estaba enganchado en un forcáu que estaba olvidado en el fondo del prado.
Se quedó muda y enamorada, lo que emocionó a la Xana que, conmovida, empezó a darle explicaciones:
- Como ye la nueche de san Xuan i voi a cellebralo, fui hacia la panera pa robar un tortu, pero ‘l guirigay qu’ entamaron allí aturdióme un poco. Vine corriendo y enganchéme en esti trastu que tien abandonáu esi boldrégu... (se refería ahora al padre de Elvira, al que dedicó un escogido repertorio de adjetivos calificativos, que es más prudente no reproducir).
Nada. Regina no podía quitarle los ojos de encima ni articular palabra, pero con mucha suavidad y precisión le liberó el pie y se lo acariciaba con dulzura.
La Xana enternecida dijo:
-Voy a concederte un don. Vas a disfrutar del don de la clarividencia.
Nada más decir esto, algo pasó por su cabeza que no le agradó. La sacudió y añadió:
-A ti no va a pasarte lo que le pasó a Casandra, la desventurada princesa troyana, víctima de la crueldad del dios. A ti te van a creer siempre, aún cuando te equivoques.
Esto tranquilizó bastante a Regina. Nunca le gustó tener un protagonismo excesivo y ser el hazmerreír de todo el mundo no era lo que ella pensaba que era triunfar, precisamente.
Regina cogió en sus manos a la Xana y la besó delicadamente. La depositó en el suelo y sin dejar de sonreír subió, con rapidez y sin tropezar, el prado. Se durmió inmediatamente y despertó, sorprendentemente, cuando todo el mundo, es decir, dos días después. Estaba serena y segura. Cuando vio a Luis le dijo:
-Luis, perderás el tiempo presentándote aquí a flauta. Descansa este verano. En septiembre te matriculas en Granada. Sacarás sobresaliente en junio y el próximo año te presentarás a Oposiciones. Aprobarás.
Nadie dudó ni por un momento de que las cosas ocurrirían exactamente así. Y así ocurrieron exactamente.
Por su parte tuvo claro que era incompatible con la medicina. Decidió darle un giro y un sentido a su vida. Para ello necesitaba infraestructura. Se dedicó a callejear unas cuantas tardes por Gijón mirando los edificios antiguos. En la calle Cabrales vio una casa modernista en muy mal estado. Era preciosa y se revalorizaría al cabo de unos siete años hasta cuatriplicar su valor. La compró por un precio irrisorio. La restauró y la decoró con gusto, nada de estampas del Sagrado Corazón y de la Inmaculada. Nada de San Pancracios regalados para tener buena suerte. Muebles de calidad, clásicos, sobrios. Y consulta legal, con declaración a Hacienda de ingresos. El único elemento fantasioso que se permitió fue una bola de cristal, de cristal de cuarzo de verdad, en la que fingía leer el futuro, aunque la verdad es que no la necesitaba, pero a los clientes les gustaba. Su reputación se consolidó muy pronto y en poco tiempo pudo vivir sin problemas de su profesión, como a ella le gustaba decir.
Las tarifas son fijas, según consulta, sin embargo en casos de excepcional importancia admite regalos de los clientes, con una condición: tiene que ser una medalla, colgante o broche, a poder ser antiguo, con el que va cubriendo un vestido que ya casi no tiene tela visible...
Una noche de san Juan.
Voy a contarles una historia que ocurrió hace casi veinte años. Éramos jóvenes, teníamos la vida por delante y algunos de nosotros ya tenían trabajo. La situación general del país había mejorado notablemente y no solo económicamente. Las conciencias también habían cambiado, para mejor. Sabíamos más. Éramos por fin europeos.
Aquella noche de san Juan caía en sábado, así que las previsiones de asistencia eran prometedoras. Montse tenía a su disposición el R5 de su madre y todo parecía sonreír. El grupo iba a reunirse para la celebración de la noche mágica en Bañugues. Allí una de los del grupo, Elvira, tenía una panera en la que pensaban pasar toda la noche. Sus padres se habían ido a pasar unos días a Cármenes, a Castilla a secar, decían ellos. Montse llevaba y traía gente y provisiones, comida, alcohol, tabaco y otras drogas, como la belladona, que habían ido a recoger a algún monte cercano o la mandrágora, que habían comprado en la Plaza del Paraguas, en Oviedo, a unos hippies de Formentera, en viaje iniciático por el norte de los Druidas. Tenían también porros.
Regina era de las pringadas. No había conseguido acabar medicina por culpa de la Patología, igual que Luis estaba colgado con Magisterio por la flauta. Ambos se encontraban desorientados y asustados, pero no encontraban solución fácil a su problema. Regina además era rarita: no le gustaba trasnochar y le asustaban las drogas, todas, así que cuando empezó la fiesta a media tarde, empezó su tormento. La primera en la frente, la música no era de su agrado, demasiado psicodélica: King Crimson, Pink Flöyd, Uriah Heep, Emerson, Lake and Palmer... Luego estaba eso de ligar. Ella ligar no ligaba mucho y era romántica, en secreto, así que los avances de Nelín, que aquella noche quería tratar con todo el mundo, la desconcertaron totalmente. Ella pensaba que era muy clara y que su interés por Paco era público y notorio, además de serio. Ella justificaba que Paco no se fijara en ella asegurando que él no era de este mundo, que era aún como un niño, inocente y despreocupado.
Y las drogas, claro.
La casa estaba al lado de la panera. Pidió consejo a Julio y Elena y permiso a Elvira para retirarse a la misma y lo hizo con presteza y alivio. La que iba a ser su habitación daba al otro lado de la casa. Los sonidos de la panera, la música, los gritos y las risas, llegaban amortiguados, pero le impidieron dormirse inmediatamente, como era su deseo. Se asomó a la ventana. La noche estaba bastante clara aunque no había luna llena, pero la ausencia de nubes y los millones de estrellas luciendo hacían que no se tuviese ningún tipo de temor. La primavera había venido con retraso y por eso aún no era verano y el prado, en pequeño terraplén, que se extendía bajo la ventana, de hierbas muy altas, cuajado de malvas, cardo mariano, diente de león y zanahoria silvestre, entre otras muchas florecillas aún tenía muchas malvas. Aunque no se apreciaba el color, el prado estaba bonito. De pronto se dio cuenta de que sonaba una especie de música muy tenue, tan tenue que, por un momento, no supo si realmente procedía del exterior o era su imaginación. Salió de dudas cuando le sobresaltó un insistente resplandor dorado y una especie de gemido. Aguzó el oído y poco a poco distinguió con claridad unos extraños juramentos de una vocecilla demasiado blanca para las palabronas que emitía. El resplandor, además, se movía a veces furiosamente y otras veces de un lado para otro en un pequeñísimo recorrido.
De repente oyó:
- ¡Regina! ¡Regina! ¡Ayúdame!
Regina miró dentro de la habitación, en aquellos momentos a oscuras, comprobó que, efectivamente, no había nadie y empezó a temblar.
-¡No me seas floja!- dijo la vocecilla- ven a ayudarme.
Regina estaba ya con el camisón puesto. Sin embargo y pese a su miedo, (su madre siempre le decía cuando era pequeña ¡No seas pusilánime! Tardó años en saber qué significaba exactamente esa palabra y que la definía exactamente) se puso la bata por los hombros y salió al exterior. Se quedó pegada a la ventana y dudando si bajar o no por el, para ella, precipicio. No era una pendiente muy pronunciada, pero ella era patosa y era de noche y había bichos y...
-¿Quieres hacer el favor de venir hasta aquí de una buena vez?- increpó la vocecilla.
Regina, avergonzada, empezó penosamente el descenso. Llegó rápidamente abajo, gracias a que resbaló y bajó sin enterarse. Se puso en pie de un salto y casi rompe a llorar, no oía nada ni veía ningún resplandor. Se sintió irremisiblemente sola y alejada de los seres humanos. Rompió a llorar desconsoladamente.
-¡Qué paciencia tengo que tener!- dijo la vocecilla.
Regina se alegró de oírla como si hubiera oído a su propia madre. Preguntó:
-¿Donde estás?
-Detrás de ti. Cuidado con pisarme, mona.
Se volvió despacio y vio el espectáculo más insólito que nunca viera. Una diminuta Xana resplandeciente, que parecía de oro, ataviada con un vestido de tela invisible, pues tenía cosidas en toda la extensión del vestido muchas joyas, medallas, broches, colgantes, joyas que le hacían brillar con brillo de oro y gemas. Sus orejas eran puntiagudas y los ojos rasgados y uno de sus diminutos pies estaba enganchado en un forcáu que estaba olvidado en el fondo del prado.
Se quedó muda y enamorada, lo que emocionó a la Xana que, conmovida, empezó a darle explicaciones:
- Como ye la nueche de san Xuan i voi a cellebralo, fui hacia la panera pa robar un tortu, pero ‘l guirigay qu’ entamaron allí aturdióme un poco. Vine corriendo y enganchéme en esti trastu que tien abandonáu esi boldrégu... (se refería ahora al padre de Elvira, al que dedicó un escogido repertorio de adjetivos calificativos, que es más prudente no reproducir).
Nada. Regina no podía quitarle los ojos de encima ni articular palabra, pero con mucha suavidad y precisión le liberó el pie y se lo acariciaba con dulzura.
La Xana enternecida dijo:
-Voy a concederte un don. Vas a disfrutar del don de la clarividencia.
Nada más decir esto, algo pasó por su cabeza que no le agradó. La sacudió y añadió:
-A ti no va a pasarte lo que le pasó a Casandra, la desventurada princesa troyana, víctima de la crueldad del dios. A ti te van a creer siempre, aún cuando te equivoques.
Esto tranquilizó bastante a Regina. Nunca le gustó tener un protagonismo excesivo y ser el hazmerreír de todo el mundo no era lo que ella pensaba que era triunfar, precisamente.
Regina cogió en sus manos a la Xana y la besó delicadamente. La depositó en el suelo y sin dejar de sonreír subió, con rapidez y sin tropezar, el prado. Se durmió inmediatamente y despertó, sorprendentemente, cuando todo el mundo, es decir, dos días después. Estaba serena y segura. Cuando vio a Luis le dijo:
-Luis, perderás el tiempo presentándote aquí a flauta. Descansa este verano. En septiembre te matriculas en Granada. Sacarás sobresaliente en junio y el próximo año te presentarás a Oposiciones. Aprobarás.
Nadie dudó ni por un momento de que las cosas ocurrirían exactamente así. Y así ocurrieron exactamente.
Por su parte tuvo claro que era incompatible con la medicina. Decidió darle un giro y un sentido a su vida. Para ello necesitaba infraestructura. Se dedicó a callejear unas cuantas tardes por Gijón mirando los edificios antiguos. En la calle Cabrales vio una casa modernista en muy mal estado. Era preciosa y se revalorizaría al cabo de unos siete años hasta cuatriplicar su valor. La compró por un precio irrisorio. La restauró y la decoró con gusto, nada de estampas del Sagrado Corazón y de la Inmaculada. Nada de San Pancracios regalados para tener buena suerte. Muebles de calidad, clásicos, sobrios. Y consulta legal, con declaración a Hacienda de ingresos. El único elemento fantasioso que se permitió fue una bola de cristal, de cristal de cuarzo de verdad, en la que fingía leer el futuro, aunque la verdad es que no la necesitaba, pero a los clientes les gustaba. Su reputación se consolidó muy pronto y en poco tiempo pudo vivir sin problemas de su profesión, como a ella le gustaba decir.
Las tarifas son fijas, según consulta, sin embargo en casos de excepcional importancia admite regalos de los clientes, con una condición: tiene que ser una medalla, colgante o broche, a poder ser antiguo, con el que va cubriendo un vestido que ya casi no tiene tela visible...
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