En el libro VII de La República, Platón cuenta el famoso Mito de la Caverna: Unos esclavos atados por el cuello y obligados a mirar al fondo de la caverna desde su nacimiento aprenden a discriminar las sombras, llegando a ser unos más expertos que otros en esta “ciencia de las sombras”. Si uno de estos esclavos saliera a la luz y pudiera ver los objetos iluminados por la luz del sol, tras pasar por el duro proceso de habituación a la misma después de tanta oscuridad, conseguiría un verdadero conocimiento y comprendería que en la caverna sólo vislumbraba sombras. Una vez de vuelta en la caverna, si intentara explicar a sus compañeros como son en realidad las cosas, éstos se burlarían de él, porque de nuevo volvería a ser cegado, esta vez por la ausencia de luz y se mostraría torpe en éste, para él, nuevo mundo, y sus antiguos compañeros si pudieran, le matarían, porque no se lleva bien que alguien intente mostrar el error en el que se vive. Esto no es una exageración de Platón, tenemos muchas víctimas de este tipo en nuestro haber, Giordano Bruno, Miguel Servet… Platón, en este caso, se refiere a la muerte de Sócrates, acusado, injustamente de pervertir a la juventud y de impiedad. Sócrates dio una lección de moral acatando la decisión de los jueces, aun cuando era injusta, pues consideraba que lo más importante es la ciudad y que las leyes deben ser cumplidas. Si no gustan, se debe trabajar para cambiarlas, y eso es lo que él mismo hizo a lo largo de su vida, dando ejemplo de probidad incluso con su muerte, aceptándola con entereza y tomando la cicuta.
Pero no voy hablarles de Sócrates, figura muy conocida, incluso por las personas semiilustradas, sino de otra figura histórica a la que le debemos que la democracia actual sea, como es, una democracia representativa. Voy a hablarles de Olimpia de Gouges.
En efecto, si tomamos en cuenta lo que dice Tocqueville en La Democracia En America, una de las dos características que tiene la democracia, el principio de la soberanía del pueblo, se consiguió a partir del siglo XIX gracias a la infatigable lucha de personas como ella, por medio del sufragio universal, esta vez sí, femenino y masculino.
En el capítulo III de su Declaración de los Derechos de la Mujer y la ciudadana dice:
El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación que no es más que la reunión de la Mujer y el Hombre: ningún cuerpo, ningún individuo, puede ejercer autoridad que no emane de ellos.
Tempora mutantur et nos mutamur in illis. Es cierto, sin embargo los cambios se producen siempre gracias a distintos agentes y precisamente Olimpia de Gouges es un agente de cambio fundamental para nuestra historia de la democracia.
El 3 de noviembre de 1793, dos semanas después de María Antonieta, a la que había dedicado su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, fue guillotinada Olimpia de Gouges. Ella no ha tenido la misma suerte histórica que Sócrates y su muerte no es narrada en todas las clases de historia y de filosofía, como ocurre con la de Sócrates. Sin embargo, su muerte responde en realidad a lo que Platón insinúa en La República, porque los motivos han sido políticos.
En el capítulo X de la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana dice:
Nadie debe ser molestado por sus opiniones incluso fundamentales; la mujer tiene el derecho de subir al cadalso; debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna con tal que sus manifestaciones no alteren el orden público establecido por la ley.
Nuestra protagonista intentó por todos los medios cambiar las leyes, pidiendo el cadalso, si era necesario, para las mujeres pero también el resto de los derechos políticos. Solo se le concedió, a ella personalmente, morir en el cadalso, pero sus demandas se han cumplido, lo que constituye un verdadero éxito, para ella y para todas las ciudadanas y ciudadanos de bien.
Marie Gouze nace el 7 mayo 1748 en Montauban, en el Languedoc, hija de una lavandera y, en teoría, de un carnicero, aunque parece ser que era hija natural de un noble de la ciudad. Por este pretendido origen aristocrático, Marie adoptará el nombre de Olimpia de Gouges. De gran belleza y alegría natural, era, además, de una inteligencia por encima de la media, y pronto es conocida en el mundo de sociedad. Escritora prolífica, de gran fecundidad y rapidez de ejecución, como Lope de Vega, por ejemplo, es sin embargo tachada por Michelet de analfabeta, porque este “sabio” no tuvo en cuenta que Olimpia hablaba un dialecto, el occitano. Escribe obras de teatro de una gran carga, como Zamore et Mirza (La esclavitud de los negros), que es el primer alegato conocido contra la esclavitud de los negros.
También escribió ensayos, algunos, como el titulado Mejor huérfanas, dan cuenta de su situación en el mundo.
Fue, cómo no, incluida en el catálogo de prostitutas de Paris de Restif de la Bretonne. En esto le ocurre como a muchas mujeres que destacan por sus cualidades intelectuales y que tienen que sufrir las iras de algunos de sus contemporáneos, que intentan colocarlas “en su lugar”. Recuerden, por ejemplo, lo que le pasó a la insigne filósofa Simone de Beauvoir, cuando un escritor de novelas, de quien hoy no recordamos el nombre, dijo, cuando hubo leído El Segundo Sexo, con una brutalidad impropia de quien se considera intelectual: después de haber leído este libro ya lo sé todo acerca de la vagina de esta señora.
Durante el periodo revolucionario, Olimpia de Gouges fue más activa que nunca, escribiendo ensayos, obras de teatro, panfletos, libelos, manifiestos… pero el texto más importante en este sentido es La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. En nombre de la razón, Olimpia pide que se cumplan los requisitos de libertad, de igualdad y universalidad de todos los hombres y mujeres.
La Declaración consta de un preámbulo, en el que hace una defensa del género femenino, diecisiete artículos, en los que establece la igualdad política de mujeres y varones, porque así lo dictan la Razón y la Naturaleza, y un Epílogo con un nuevo Contrato Social del Hombre y la Mujer.
Hoy no hay nadie que no suscriba esta Declaración, sin embargo aún nos queda mostrarle el respeto que se acuerda a las grandes figuras políticas, que además han sido mártires de la causa, para que el error cometido sea, de alguna manera, subsanado y para que la ciudadanía conozca, aunque sea como a Sócrates, a una de las personas que más ha colaborado para que disfrutemos de esta democracia de la que, justamente, sentimos tanto orgullo.
Sirvan estas palabras como un homenaje de todas las personas demócratas, en el aniversario de su muerte.
Publicado en “La Nueva España” el 4 de noviembre de 2004
El libro de Oliva Blanco Corujo "Olimpia de Gouges", publicado en Ediciones del Orto, Madrid 2000, es un estudio breve pero concienzudo.
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