A finales de enero de este 2010 se nombró a Soledad Puértolas académica de la Lengua y ocupará el sillón g minúscula. En todos los medios en los que se da la noticia se dice que es la quinta académica, que las otras cuatro con las que comparte el honor son la escritora Ana María Matute, la historiadora Carmen Iglesias, la científica Margarita Salas y la filóloga Inés Fernández y se hacen cruces de que solo haya cinco mujeres. ¡Vaya por Dios! Nadie sabe a qué puede deberse semejante situación. Fingir inocencia no es bueno, no libra de responsabilidad. Dice Susan Sontag[i], al respecto, aunque está refiriéndose a un horror de una magnitud mucho mayor que ningunear sistemáticamente a las mujeres:
La persona que está perennemente sorprendida por la existencia de la depravación, que se muestra desilusionada (incluso incrédula) cuando se le presentan pruebas de lo que unos seres humanos son capaces de infligir a otros –en el sentido de crueldades horripilantes y directas-, no ha alcanzado la madurez moral o psicológica.
A partir de determinada edad nadie tiene derecho a semejante ingenuidad y superficialidad, a este grado de ignorancia o amnesia.
Pues bien, ayer 11 de noviembre, Soledad Puértolas leyó su discurso de toma de posesión de ese sillón “g” que para mí es la “g” de gracias. Quiero contarles porqué le doy las gracias y para ello voy a compartir con todas ustedes cómo es mi relación con los libros y porqué.
Una lectura inocente hizo que se me presentara con total claridad una obscura intuición que me rondaba. Y eso es lo que quiero contarles.
Los días 8, 9 y 10 de diciembre de 1988 se celebraron en Oviedo, organizadas por el colectivo Escuela no-sexista de Asturias las Primeras Jornadas Estatales de Investigación-Acción Educativa a favor de las niñas. La sede de las Jornadas fue la facultad de Biológicas y en el hall de la misma se colocaron algunas mesitas con libros, para que pudiéramos hojearlos y, eventualmente, comprar los que quisiéramos. Pues bien, no recuerdo cuántos y cuáles compré exactamente, pero sí recuerdo, para siempre, probablemente, que me llevé a casa dos pequeños volúmenes titulados Relatos de mujeres, de la Editorial Popular. Entre estos dos volúmenes no suman doscientas páginas y el relato que desencadenó mi claridad de conciencia, sólo tiene catorce. Se trata de Contra Fortinelli de Soledad Puértolas cuento que pertenece a su colección de relatos cortos Una enfermedad mortal.
El cuento, comienza de manera agradable, parece una parodia de los guiones al uso en las novelas baratas. Me pareció de una ironía muy suave e inteligente. Sin embargo comencé a ponerme cada vez más y más nerviosa, según avanzaba en la lectura. Cuando apenas faltaban dos páginas para terminar, tiré el libro. No estaba enfurecida, ni tenía una sensación que yo pudiera definir, pero no quería leer el final. Así varios días. Pero, como buena ratita presumida, soy disciplinada y libro que se empieza, libro que debe acabarse. Me armé de valor, cogí de nuevo el libro y Soledad Puértolas me dio una de las alegrías de lectora más grandes que yo recuerdo y comprendí qué era lo que me pasaba.
Pues bien, lo que yo temía era lo siguiente. Cuando nuestra chica va avanzando al encuentro de su violador, yo no podía soportar la idea de que, una vez más, ella, como todas las mujeres en la ficción, en las novelas, los cuentos, las películas, las series de televisión, etc., iba a portarse estúpidamente e iba a tirar por la borda el presente y el futuro que se había procurado, abrazándose al animal que la había maltratado.
Y es que en las novelas suele ocurrir eso. Por amor, le llaman amor a eso, las mujeres
soportan cualquier cosa de un indeseable. Además, se enamoran irracionalmente del primer tipo atractivo que aparezca, aunque sea un violador y hunden su vida, siempre en nombre del amor.
Se presenta a las mujeres como irracionales, débiles mentales, incapaces de tomar decisiones inteligentes. Aunque la realidad dice lo contrario, las novelas y los guiones de televisión y de cine siguen insistiendo en ese horrible estereotipo.
El problema está en que la literatura, la ficción, recrea la realidad y también la crea. Es decir, algunas mujeres a fuerza de ver representadas cierto tipo de actitudes, que se reputan como válidas, cuando deben actuar, recurren a estas actitudes, que están consensuadas por la cultura, de forma que tienen relaciones sentimentales que las perjudican.
Y luego esa misma cultura las culpabiliza y dice: está claro, las mujeres son débiles mentales, sino ¿porqué soportan lo que soportan? Porque además hay que tener en cuenta la realidad sociológica de las mujeres, que nos coloca, casi siempre, en un lugar subordinado.
Hasta ahora la cultura ha estado en manos de varones, que han escrito lo que han querido y lo han hecho pasar por la realidad. Hablan de sus engendros (y se los premian unos a otros) en términos de calidad, obra maestra, etc., cuando se limitan a contar o a filmar lo que les agrada: violaciones y palizas a mujeres, escenas sexuales violentas y escenas de violencia sin más.
Hasta hace poco, a las mujeres no nos dejaban participar activamente en la creación de cultura. Éramos más ignorantes que ellos aún, que ya es decir, pues se nos prohibía estudiar en la universidad, y la instrucción que se recibía, cuando se recibía, era mínima, y no nos quedaba más remedio que admitir como cultura lo que ellos decían que era cultura. Las cosas están cambiando.
Hay, siempre las hubo, pero en un número muy pequeño, mujeres en todos los ámbitos, de las artes, de las letras, de las ciencias. Actualmente somos una fuerza importante y tenemos como tarea recuperar lo que hemos creado hasta ahora, dándole su verdadero valor, así como la toma de conciencia de que la cultura está por hacerse en su totalidad, desmontando los estereotipos sexistas y creando una realidad más justa y equilibrada, en la que las mujeres hablemos con voz propia, sin tener que soportar los comentarios misóginos de nuestros contemporáneos, avalados por siglos de incultura misógina.
Y no solo debemos intervenir creando una ciencia, una tecnología, una cultura, en general, más de acuerdo a la realidad humana, sino que creo que debemos intervenir también como consumidoras, ejerciendo un control permanente sobre todos los productos intelectuales.
Como ustedes saben, somos las mujeres las que más libros leemos, las que más asistimos a actos culturales como exposiciones, teatro, cine, conciertos, etc., etc., y sin embargo soportamos que se nos insulte en todos esos medios:
leemos novelas en las que nos portamos estúpidamente;
asistimos a películas donde solo se ve carne fresca y apaleada y violada y violentada de mil y una maneras;
las series de televisión muestran a las jovencitas, y no tan jovencitas, obsesionadas porque un tipo les diga que las quiere;
los poetas de éxito, nos pintan capaces de cualquier cosa por el atractivo sexual de cualquier cantamañanas;
en las tardes televisivas, comentaristas, por lo general homosexuales, se ensañan con pobres mujeres que intentan hacerse un hueco en el mundo de la imagen;
en los teatros no se programan obras de mujeres y en música clásica tampoco.
En el Festival de Cine Internacional de Gijón, para quedarnos en casa, hace dos años quedó desierto el premio a la mejor actriz, porque no había ni una película donde la protagonista fuera una mujer. Los productores eligen guiones, y eligen los que retratan a los varones como a ellos les gusta ser retratados. Las mujeres van de relleno. Sin embargo algunos guiones hay con protagonista mujer, pero el organizador del festival de Gijón no las selecciona.
Los premios es otra de las vergüenzas que tenemos que soportar. Se premian a sí mismos sin ninguna clase de pudor. En Asturias, para seguir en casa, los Príncipe de Asturias son casi siempre Príncipe de Asturias Masculino.
El tratamiento de las noticias es otro punto importante. Si hay un descubrimiento científico importante y la responsable es una mujer, entonces se silencia lo que se puede ese nombre y se habla insistentemente del equipo de investigación, como ocurrió recientemente con Almudena Ramón Cueto, científica que ha abierto la posibilidad de que los parapléjicos puedan volver a caminar.
Debemos exigir que prevalezca la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos. Podemos lograrlo si no damos como normal que solo aparezcan varones en las cosas importantes, porque lo normal es que estemos presentes al menos en un cincuenta por cien.
Hoy estamos de enhorabuena, porque Soledad Puértolas es una Académica.
[i] Susan Sontag, Ante el dolor de los demás, cap. 8, pág. 133, Madrid 2003. Susan Sontag, cineasta, escritora y ensayista, ha recibido en 2003 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, ex aequo con Fátima Mernissi.
1 comentario:
Y el discurso que ha leído para su entrada en La Academia es magnífico. Recrea los personajes secundarios de El Quijote empezando por la pastora Marcela de quien dice algo tan guapo como esto:
"Cervantes, con extraordinaria sutileza, sitúa a Marcela,una mujer, en un nivel que está por encima de los ideales caballerescos. Ella alcanza la plenitud a solas, no en función del otro. No, sobre todo, en función del amor".
http://www.elpais.com/elpaismedia/ultimahora/media/201011/21/cultura/20101121elpepucul_1_Pes_PDF.pdf
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